La despedida

Por: Aritza Alcibar Fradua. Bajo

Frente a las puertas del viejo Belchite, Natalio recordó la historia de la primera vez que tuvo que dejar el pueblo. Eran muchas las veces que su madre le recordaba aquello, ya que él no podía recordar lo que sucedió en aquellos días. Había nacido durante la batalla que asoló el pueblo en la Guerra Civil, en una bodega debajo de la casa de sus padres. Su madre siempre le decía que había llorado mucho, como queriendo llamar la atención de los que se escondían con ellos de los bombardeos, pero sin lograrlo, ya que aquellas gentes estaban sumidas en el miedo por los tremendos ruidos y estruendos que venían del exterior.

Belchite. Fuente: www.todopueblos.com

Belchite. Fuente: http://www.todopueblos.com

Unos días después, no sabían la fecha exacta, ya que apenas veían el sol por el respiradero de la bodega, la batalla terminó y el ejército republicano tomó Belchite. El alto mando aconsejó y ayudó a los habitantes a marcharse del pueblo, ya que era posible que el ejército sublevado volviese a atacar. Como la mayoría de los vecinos, la familia de Natalio huyó del pueblo con la esperanza de volver cuando la guerra terminase, y marcharon entre humo y escombros, dejando atrás la calle Mayor y el arco de la villa.

Años después, Natalio se situaba en el mismo lugar desde el cual él y su madre partieron al exilio. El arco seguía en pie, pero el municipio cada año tenía peor pinta. Ya hacía catorce años desde que volvió allí y ahora le tocaba marcharse de nuevo. Poco recordaba de la vuelta a la comarca de Belchite, pero sí de sus años en el pueblo. Tras la guerra, el pueblo retornó a la vida con la regreso de todas las familias que habían vuelto del exilio. Las casas no estaban en buenas condiciones debido a los bombardeos de ambos bandos, pero los que dejaron el destierro intentaron revivir el pueblo a toda costa. Los habitantes se ayudaban unos a otros en la reconstrucción de las casas, y volvieron los encuentros típicos, como las fiestas patronales, los mercados o las festividades religiosas.

Natalio, recordando eso, empezó a caminar por la calle Mayor de nuevo, sabiendo que podía ser una de las últimas veces que lo haría. Se acercó a la plaza nueva y a la plaza vieja, donde se celebraban muchas de aquellas fiestas. Allí, entre lágrimas, recordó los bailes que se celebraban y las jotas que cantaban los padres de sus amigos. Le encantaban aquellas tonadas. Viendo y escuchando a los hombres en aquel lugar siempre se imaginaba a su difunto padre, al que nunca conoció más que en fotos, cantando con los otros padres y riendo, haciendo que la escasez de alimentos y el estado del pueblo durante aquellos años de posguerra pasasen con más rapidez. El régimen franquista y el mismo Franco habían prometido ayuda al pueblo después de la guerra, pero apenas llegaba nada. Poco tiempo después, el gobierno obligó a los habitantes a dejar de arreglar los edificios. En casa de Natalio, un gran butrón comunicaba el salón con la calle. Su madre lo tapaba con paja y telas viejas para que en invierno el frío no dejase congelados a los comensales.

Belchite. Fuente: Mario Rubio

Pero aquello también había cambiado. Con aquella prohibición, muchas familias fueron dejando Belchite, y con ello la vida. El régimen estaba construyendo un pueblo nuevo con los batallones de trabajo a escasos metros del viejo, e iban a reubicar a toda la población en unos años. Natalio no quería marcharse. Ya había sido duro volver y no quería perder lo poco que allí les quedaba a su familia y a él. Dejó la plaza Vieja tras secarse las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolsillo, y se acerco a la iglesia de San Martín de Tours. Su madre le había contado que durante la guerra, cuando los soldados republicanos hicieron dejar el pueblo a sus habitantes, los únicos que se quedaron fueron los curas y las monjas de aquel lugar. Durante aquel tiempo, llenaron la iglesia y el convento contiguo de heridos, convirtiéndolo en un hospital militar de campaña. Durante el ataque de los sublevados, San Martín de Tours fue semidestruida, y desde entonces las estrellas eran parte de la cúpula del templo.

Natalio escuchó el grito de su madre, diciéndole que el autobús había llegado. Todos aquellos recuerdos habían pasado por su mente antes de partir hacia su nueva vida en Cataluña, pero él no quería marcharse. Quería quedarse, como Juan el herrero, que se negaba a partir. Se acercó a la herrería y pidió un bote de pintura y una brocha, mientras Juan le repetía que no se marchasen del pueblo. Años después, Natalio supo que Juan fue el último hombre en dejar el pueblo viejo y que se enfrentó a todos los que intentaron sacarlo de su casa. Con la brocha mojada en pintura volvió a la puerta de la iglesia y allí escribió una jota, inspirada en todos los recuerdos que pasaron por su cabeza en esos últimos minutos en Belchite.

Ya junto a su madre, Natalio agarró las maletas y dejó el arco de la villa sin mirar atrás. Tras su marcha, la canción quedó como testimonio de lo que allí había sucedido y de los que poblaron Belchite. De la pena, el abandono y la destrucción que trae la guerra.

“Pueblo viejo de Belchite,

ya no te rondan zagales,

ya no se oirán las jotas,

que cantaban nuestros padres”

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